Hay quienes ven a Dios como un caudaloso RÍO, y acampan en su ribera para empaparse de su riqueza. Son fértiles sus cosechas, energía obtienen de su corriente, que utilizan para asearse y para que aleje hasta el mar sus excedentes.
Unos creen que Dios es como el OCÉANO: inmenso, majestuoso y lleno de misterios. Pescadores encuentran allí su sustento, aventureros navegan buscando respuestas (o cuentos), surferos disfrutan cabalgando sobre olas a cientos, mientras los que le temen lo observan de lejos, prudentes o perplejos.
Otros piensan en Dios como una FUENTE de la que mana siempre agua fresca y saludable. De ella beben cuando tienen sed; a ella acuden para llenar sus cántaros y demás recipientes; y, si están enfermos o convalecientes, hallan salud en las virtudes medicinales de sus ricos minerales.
Algunos explotan ese MANANTIAL y construyen balnearios, canalizaciones y sofisticadas plantas de embotellamiento. Así suministran a Dios bajo demanda, previo pago, a través de griferías y botellines, para el propio enriquecimiento…
Pero Dios no es río, ni océano, ni fuente;
no es embalse, manantial, ni siquiera corriente.Dios es EL AGUA, sin duda alguna.
sea nube, sea niebla, sea bruma;
lluvia, rocío, pico nevado,
nieve, escarcha, hielo glaseado;
a veces torrente, a veces quietud;
tormenta o llovizna,
vapor o ventisca…
pero Agua, EL AGUA en plenitud.«Lo que se recibe, se recibe
—dijo Tomás de Aquino—
al modo del recipiente.»Quien a Dios encontrar persigue
sumérjase en el contenido
y obvie los continentes.
© Teo Tweet